Hay temas de ricos. Hace años vi una filmación del Dr. Jimenez Díaz, de los años 50, en el que hablaba a sus alumnos de la gota como una enfermedad desaparecida, extinguida. La gota hace años que ha vuelto, porque al fin y al cabo es una enfermedad de ricos muy relacionada con el exceso de alimentación y en la posguerra española pocos excesos de esos había.
Tampoco había demasiado despilfarro alimenticio, porque éramos pobres y ahora que somos ricos tiramos comida a la basura.
El fenómeno es social y horizontal, todas las clases sociales lo practican con mayor o menos intensidad, menos las clases más humildes, pero no exentas y más seguramente las más pudientes
Pero este no es un tema solo personal, sino que lo es social. Es personal no solo por la intervención individual, sino porque todo lo que le pasa a una sociedad es por culpa o gracias a todos sus individuos. Nada ocurre en España que no hagamos o consintamos los españoles.
El gobierno ha tomado cartas en el asunto con el anuncio de una futra ley para combatir el desperdicio alimentario.
Entre sus medidas destacan la obligación de desarrollar planes de prevención del despilfarro en la cadena de valor de la alimentación, la potenciación de la donación, la venta de alimentos con la fecha de consumo preferente superada, la posibilidad de que los clientes de los restaurantes se lleven a casa los restos no consumidos y, por último, el uso en piensos o en la producción de compost o energía. El proyecto de ley contempla las campañas de concienciación de los ciudadanos, algo clave cuando el 42% de las pérdidas se producen en los hogares y de la obligación de las empresas de publicar los datos de desperdicio (no es descartable que tengan que hacerlo en los reportes de información no financiera)
Los datos nos hablan de unos 1.300 millones de kg al año que se desperdician en España, como hemos dicho el 42% en los hogares, el 39 en las fábricas, el 14% en la restauración y un 5% en la distribución. Los datos tienen, como siempre, parte de verdad y de mentira, pero nos ponen delante un problema.
Como todo problema necesita primero un análisis de causas y luego, si hay suerte, el plan de correcciones al problema.
Las causas
- La imposición centro europea, la absurda imposición, de frutas y verduras bonitas y brillantes, sacrificando, además, los sabores. Por estos miles de toneladas de fruta con pequeños defectos se desecha, por eso el plátano de canarias con sus motitas pierde ante la basta banana.
- Las familias cada vez de menor tamaño en donde es difícil cocinar o comprar sin que sobre (pero no es imposible) y el desacople con las raciones envasadas que nos venden los supermercados
- La falta de una economía circular, o incluso el ataque a ésta por supuestos motivos de salud (como ilegalizar el alimentar animales omnívoros con restos de restauración o cuestionar el uso de purines o estiércol como abono)
- No cocinamos, en especial nuestros jóvenes, sin cocineros es imposible tener una cocina del aprovechamiento, a pesar de disponer de unos congeladores que hubieran epatado a las abuelas de antaño. También es verdad que no cocinamos porque no comemos en casa…
- No nos duele, somo ricos… y miserables cuando no pensamos en quien muere de hambre. Y no se trata de donar sobras (¡Por Dios¡) se trata no de despilfarrar por humanidad, por coherencia, por ética; pero si usted quiere ayudar de dinero a Caritas u a otras ONG, pero no pretenda que alguien transporte su paquete de azúcar empezado 2.000 km a al sur de su pueblo, eso ni es donación ni es sostenible. Tampoco lo lleve a un banco de alimentos, de nuevo le sugiero, y agradezco, que se rasque el bolsillo.
- Somos ricos y viejos hidalgos y nos da vergüenza llevarnos la comida sobrante en un restaurante, en muchas ocasiones hasta se queda media botella de 20 euros para disfrute posterior del camarero o del dueño.
- Los comercios no promueven (sin engaños) la venta rebajada de productos próximos a caducar (por cierto, una cadena que lo hace muy bien es Bon Area de la Cooperativa Guissona, ole), considerando que la ley va a permitir vender por encima de la fecha de consumo preferente pero no, lógicamente, por encima de las fechas de caducidad.
- Las fechas de consumo preferente son en ocasiones innecesariamente cortas
Y con todo esto ¿Qué hacemos?
- El mundo de las soluciones no es fácil. Primero hay que querer arreglar el problema y me temo que este en concreto y en el fondo no nos importa, otra cosa son las cosas bonitas que decimos si nos entrevistan (como en tantas otras cosas).
- La agricultura tiene en general salidas a aquellos productos menos “agradecidos”, en general la primera clase se exporta, la segunda se vende en los mercas españoles y el resto se dirige a transformación en zumos, mermeladas, etc, y una parte a consumo animal directo o indirecto (piensos) Es cierto que ahora vemos en los medios que la gran distribución está rechazando los plátanos canarios dañados por la ceniza.
- La industria debe de optimizar la tecnología (como las atmosferas protectoras), revisar la idoneidad de las fechas de consumo preferente, adaptar el tamaño de las unidades a la realidad de las familias actuales e incrementar la información al consumidor.
- La restauración debe revisar su modelo. Los restaurantes de menú, tan extendidos, deben revisar el tamaño de las raciones, flexibilizar para que se pueda pedir un solo plato (y no dos), favorecer la retirada para consumo en casa, etc. La obligación de disponer de envases reutilizables para los restos, pero sin coste va a ser un problema, aquí el anteproyecto peca de un exceso de buena voluntad, pero alejada de la realidad, además de una redacción confusa (se puede leer que el precio de la comida no se incrementa porque te la lleves, pero podría cobrar el envase) por no hablar de complejidad logística de la reutilización.
- La distribución debe analizar también el tamaño/volumen/peso de las unidades que adquiere, al menos analizar la diversificación de la oferta, así como aprovechar, en su momento, la posibilidad de vender, se entiende que a menor precio, productos con la fecha de consumo superada. En el resto no lo tiene fácil, es difícil comprar frutas “feas” y no es fácil deshacerse de los productos no vendidos sin generar R.S.U. (vean un poco mas adelante el comentario sobre donaciones)
- ¿Y el consumidor? Primero de todo tener conciencia de que es inmoral permitir el desperdicio cuando el hambre en el mundo sigue siendo un problema. Segundo ser consciente de su responsabilidad personal, no excusarse en los políticos o en el mundo. Tercero mejorar sus prácticas: pensar qué vamos a comer y luego comprar (y no al revés), adecuar las cantidades adquiridas, usar adecuadamente el vacío, el frigo y el congelador, aprender a cocinar como las abuelas, con la cocina del aprovechamiento, etc.
En cuanto a las donaciones siendo algo bueno y correcto tiene varias caras.
- Cuidado con la seguridad. En la España de los 80 cuando se empezó a sospechar que el aceite de colza era el responsable del síndrome tóxico, hornadas familias “donaron” el aceite que tenían en casa… por si acaso.
- Cuidado con los costes. Recoger, transportar, almacenar y entregar alimentos tiene un coste ¿Quién y como lo va a asumir?
- Cuidado con la responsabilidad ¿Quién se responsabiliza en caso de un problema posterior?
La situación actual, según el MAPA, es que de la parte que sí se aprovecha la industria destinada el 66% a la alimentación animal y la distribución lleva un 43% de sus alimentos desechados a RSU. En el caso de los consumidores casi el 100% es RSU, con pequeñas salvedades en las zonas rurales en donde seguramente una parte va a alimentación animal. Recordemos que el 42% del desperdicio procede de nuestros hogares, no miremos a los demás como hacemos en tantos otros problemas…
Las empresas deben de revisar sus planes y estrategias para que mejora del aprovechamiento alimentario se vea la certificación AENOR de sus memorias de RSC, de Información No Financiera y en la mejora de su huella de carbono y balance energético.