Seguro que has oído hablar de la taxonomía verde últimamente, sobre todo, con relación a la polémica sobre si el gas natural o la energía nuclear se pueden considerar o no como “energía verde”. Pero ¿sabes qué es la taxonomía verde europea y para qué sirve?
La taxonomía (del griego ταξις, taxis, «ordenamiento», y νομος, nomos, «norma» o «regla») es, en un sentido general, la clasificación ordenada y jerárquica. Cuando hablamos de taxonomía verde nos referimos a las normas que describen y determinan qué actividades económicas o inversiones se consideran sostenibles. De esta manera, se pretende ayudar a las empresas que quieren aplicar criterios de sostenibilidad en sus procesos de toma de decisiones, por ejemplo, a la hora de decidir en qué invertir, y evitar el marketing verde, sin nada detrás.
Vamos a ponernos en contexto. Dentro del Pacto Verde de la Unión Europea se incluyen unos objetivos muy ambiciosos con respecto al Cambio Climático: reducir un 55% los gases de efecto invernadero en 2030 y ser neutros en carbono en 2050. Para conseguir estos objetivos, la Unión Europea aprobó un plan financiero en 2018 con la finalidad de favorecer las inversiones “verdes”. Para que este plan funcione es necesario definir claramente qué se considera “verde” y, por ello, en junio de 2020 se publicó el Reglamento (UE) 2020/852 del Parlamento Europeo y del Consejo de 18 de junio de 2020 relativo al establecimiento de un marco para facilitar las inversiones sostenibles, o “Reglamento de la taxonomía verde”, que nos permite a todos “hablar en el mismo idioma” a la hora de determinar cuándo una actividad económica se considera ambientalmente sostenible. Dentro de este Reglamento se han definido 6 objetivos medioambientales:

Dentro del Reglamento de la taxonomía verde aparece el Principio de no Causar Daño Significativo (por sus siglas en inglés: DNSH), relacionado con los objetivos medioambientales:
- Se considera que una actividad causa un daño significativo a la mitigación del cambio climático si conduce a importantes emisiones de gases de efecto invernadero.
- Se considera que una actividad causa un daño significativo a la adaptación al cambio climático si conduce a un mayor impacto adverso del clima actual y futuro, sobre la propia actividad o sobre las personas, la naturaleza o los activos.
- Se considera que una actividad causa un daño significativo a la protección de los recursos hídricos y marinos si es perjudicial para el buen estado o al buen potencial ecológico de las masas de agua (superficiales, subterráneas o marinas).
- Se considera que una actividad causa un daño significativo para la transición a una economía circular, si conduce a ineficiencias significativas en el uso de materiales o en el uso directo o indirecto de recursos naturales, o si aumenta la generación, incineración o eliminación de residuos, o si en el largo plazo la eliminación de residuos puede causar daños ambientales importantes.
- Se considera que una actividad causa un daño significativo al control de la contaminación si conduce a un aumento significativo de las emisiones de contaminantes al aire, al agua o al suelo.
- Se considera que una actividad causa un daño significativo a la protección de los ecosistemas si es significativamente perjudicial para el buen estado y la resiliencia de los ecosistemas, o para el estado de conservación de los hábitats y especies.
Para considerar una actividad como ambientalmente sostenible, tiene que cumplir con los siguientes requisitos:
- Contribuir sustancialmente a, al menos, uno de los seis objetivos medioambientales.
- No dañar significativamente ninguno de los objetivos medioambientales.
De cómo afecta todo esto a las obligaciones de reporte de las empresas, hablaremos en otro post.
Adriana Braña es nuestro gerente en Aragón y experta en sostenibilidad: eficiencia energética, huella de carbono, economía circular, etc.