La COVID debería habernos dejado, además del impacto brutal en vidas y en la economía, algunas lecciones aprendidas, en especial para nuestros gobernantes (sic), pero también para las empresas.
Los bioriesgos son aquellos factores de origen biológico que pueden suponer un impacto negativo en las operaciones de una compañía, bien por actuar directamente sobre los procesos o bien, habitualmente, por actuar sobre las personas.
Debemos entender factor biológico en su más amplio espectro, desde virus como el de la COVID, a bacterias, como Salmonella, parásitos, roedores, alergenos, bio toxinas, etc.
La continuidad de negocio es la capacidad de una organización para superar condiciones adversas relativamente probables en base a un análisis de impacto y, sobre todo, el desarrollo de medidas preventivas. Cuando esas condiciones adversas no son previsibles, el impacto se debe gestionar como una emergencia.
Hasta el comienzo de la crisis del COVID y a pesar de ciertos avisos como el virus del Ébola o el nacimiento de nuevas fitopatologías, no se habían considerado los bioriesgos fuera de los ámbitos de empresas “biológicas” como los sectores de alimentación, farmacia o sanidad y sin embargo se demostró que cualquier empresa puede sufrir sucesos disruptivos de origen biológico que dificulten la prestación continuada de sus servicios.
Por supuesto el riesgo no es horizontal en las empresas no biológicas (como no lo es en las biológicas) , algunos sectores podrían verse afectados de manera mucho más intensa que otros.
La capacidad de reacción cuando los servicios se pueden prestar de forma mayoritaria telemáticamente, como la banca, es mayor que cuando hay una mayor materialidad, como un servicio de mantenimiento mecánico.
Un sector especialmente sensible es el del transporte de viajeros que suma varios factores de incremento de riesgo como es la acumulación de personas, los espacios cerrados, los procesos de larga duración y las dificultades de encontrar ayuda rápida en determinados tramos.
Quizás uno de los casos más paradigmáticos sean los vuelos de larga distancia: unas 300 persona encerradas en unos pocos metros cuadrados, con aseos limitados, a 10.000 metros de altitud, muchas veces a más de 2-3 horas de vuelo del aeropuerto operativo más cercano. Es cierto, Deo Gratias, que los bioriesgos no son de alta velocidad de impacto… en general. Una comida en mal estado puede provocar que decenas de personas traten de usar los aseos, provocando un caos de pueda poner en peligro incluso la seguridad del vuelo.
Estas compañías, por ley, han tenido que evaluar y prevenir sus riesgos de origen alimentario, pero es posible que no hayan evaluado situaciones como una insectación, la presencia de (un solo) roedor vivo, la posibilidad de un shock anafiláctico medicamentoso, etc. Y la experiencia puede ser extrapolable a otros muchos sectores, cada uno con su peculiaridad.
Un factor que aun no se ha tratado en profundidad, al menos en mi opinión, es el uso de factores biológicos como elementos de sabotaje. El mundo de la seguridad alimentaria ya contempla la llamada “Food Defense” gracias al impulso de GFSI, que lleva el requisito a las normas certificables BRC, IFS y el protocolo FSCC-ISO 22000 (más información en AENOR)
La Food Defense son las actividades de identificación y control de riesgos relacionados con el sabotaje de los alimentos. Este concepto, el de causar daño de forma intencionada, debería contemplarse en la gestión de bioriesgos, en definitiva y aunque la palabra da escalofríos hablamos de bioterrorismo. Que sepamos, solo la USA dispone de una ley que contempla específicamente el bioterrorismo.
Afortunadamente este campo de la delincuencia de no ha pasado de momento de pseudoamenzadas con productos que decían ser ántrax y poco más, pero no olvidemos que la gestión de riesgos debe abordar cosas que han ocurrido, pero también cosas que nunca habían ocurrido y solo tenemos que recordar que siempre hay una primera vez, como los tristísimos atentados de las Torres Gemelas de NY, que nunca había ocurrido antes…
Serafín Carballo, es nuestro Director de Consultoría y profesor asociado de Biotecnología en la UCM y es experto en gestión de riesgos.