El viejo blog EOI de Serafín Carballo
Debo avisar que este post lo hemos escrito el que firma y un troll, que se me ha colado. Gracias a la tecnología al menos sus opiniones y groserías aparecen entre paréntesis y en cursiva (Una leche) ¿Lo ven? Ya está ahí. Ya lo siento, pero ya saben ustedes como es esto del internet, te salen estos bichos llamados trolls, el mío es bajito, barbado, cabezón, emasculado y pesado (Mentira) Siento sus intervenciones (Me vengaré)

Un desconocido Alexander en 1928 estornudó sobre una placa de Petri con un cultivo bacteriano. La saliva ya tenía la mala fama que tiene hoy en cuanto a higiene y, sobre todo, por la repulsión que genera. Curiosamente las gotas de saliva generaron un halo de inhibición, es decir, una zona donde las bacterias del cultivo no pudieron reproducirse. ¿El motivo? La lisozima, una encima biocida que tenemos todos en la saliva.

Aunque a Alexander, Fleming, le conocemos mucho más como el descubridor del primer antibiótico, la penicilina que ha salvado miles de millones de vida desde mediados del siglo pasado. El merecido ganador del premio Nobel en 1945 primero nos descubrió este primer biocida biológico que reside en un fluido de escasa valoración social.
La sencillez de los primeros avances en la investigación de sustancias agresivas contra los microrganismos en su propio medio, allí donde tratan de sobrevivir, en suelos, aguas, pero también en los alimentos y en nuestros propios cuerpos, dio paso a décadas de grandes éxitos médicos y farmacológicos que nos hizo pensar que éramos cuasi invencibles. Pero… (siempre hay un “pero”)
A finales de los 90 el primer susto: el SIDA, pero era de gente de “mal vivir”, lean por favor la ironia. A primeros de los 2000 el segundo susto: el EBOLA, pero era africano y localizado en el continente negro. En la segunda década del XXI el tercero: el coronavirus, pero…, éste se presenta aquí y no tiene raza, ni sexo ni se ve afectado por las buenas o malas costumbres, al menos en sentido clásico. Y es un susto gordo, muy gordo.
Después del primer tortazo de marzo (¡todos a casa!), sin que supiéramos que iba a ser de muchos de nosotros y después de miles, decenas de miles, de caídos no por la patria sino por un virus que galopó al frente de la improvisación, la alergia a dar malas noticias y la estupidez de lo políticamente correcto, hemos llegado al último trimestre del año 2020 y parece que hemos aprendido poco, la verdad.
En estos meses he impartido más de doce veces, aquí y en América, el Taller de Protocolos Anti COVID (formación de AENOR) y lo seguiré haciendo al menos en tres ocasiones más, he dirigido unos cuantos proyectos de bioseguridad COVID para los clientes de PRYSMA, y, claro está, he procurado estar al tanto de las novedades científicas, sociales y políticas. Creo que puedo hacer un alto en el camino para pensar (uy lo que ha dicho…. pensar) y tratar se extraer algunas conclusiones que nos puedan ser útiles (Oiga, ya decía André Guide, que todo está dicho, pero que hay que repetirlo porque nadie escucha, no sé porque le van a escuchar a usted)
Esto va para rato
Una cosa es ser optimista y otra negar la realidad. Solo si después de julio hubiéramos llegado a cero contagios podríamos esperanzarnos, siempre con la amenaza del invierno ahí, pero bueno. Pero no, fue acabar con el confinamiento y el número de casos se ha ido incrementando y notablemente. Afortunadamente últimamente con una mortalidad mucho menor que en la primavera.
Las vacunas van a tardar, tanto en ser eficaces como en llegar a la población. La experiencia con la vacuna de la gripe no anima mucho. No creo que sea una blasfemia decir que los resultados de ésta distan de ser perfectos (La que le van a montar los boticarios cuando se enteren)
Es evidente que la historia de fulgurante éxito de las primeras vacunas.
Creo que junto con la adaptación de la presión del vapor para el provecho humano de James Watt , el descubrimiento de la penicilina por Fleming conforman los dos hechos de mayor impacto en la humanidad, más allá de la pólvora y la dinamita, origen de los Nobel. Este éxito nos ha marcado en la mente colectiva una fe casi ilimitada en la tecnología (y la farmacología es una parte de la tecnología), pero como toda fe pagana nos paga en ocasiones con amargura, por nuestra culpa.
Las vacunas actuales deben de hacer frente a enemigos aún más complejos que aquellos primeros contra los que luchó Pasteur (la rabia) o Jonas Salk (la poliomielitis), con un “aprendizaje darviniano” por parte de los microorganismos y con unas necesarias pero ralentizadoras medidas de seguridad (Si, si, como que los chinos se han parado mucho)
Por lo tanto, parece imprescindible que aprendamos:
A convivir con el virus, tratando de reducir al máximo su funesto impacto
Solo podemos reducir la incertidumbre. No podemos llegar al riesgo cero

En nuestro mundo maravilloso (no es ironía a pesar de los pesares), en la Europa desarrollada, con nuestro alto nivel de vida, este ha sido un golpe tremendo en la confianza que tenemos en nosotros, en el país y en el futuro y nótese que no cito la política.
Criamos, que es diferente a educarlos, a nuestros hijos en la máxima protección, en la reducción y si es posible eliminación, de toda tristeza o disgusto. Lo hacemos porque nos miramos en ellos y les trasladamos nuestras ansias. El resultado, mire a su alrededor, son niños sin fortaleza, más bien endebles, hedonistas, confiados en que sus necesidades las cubrirán papa-papá y mama-mamá y blanditos. Cambien niños por sociedad y ya tienen la foto completa. Recuerdo a una compañera de los talleres de Susana Muñoz (mi super coach) que decía: “Antes que un hijo feliz, quiero un hijo resiliente” Y tenía razón, la felicidad es un entelequia, la resiliencia una herramienta extremadamente útil para una realidad muy clara y muchas veces dolorosa.
¿Dónde se concentra el daño? En la necesidad de seguridad, es decir, en la incapacidad de convivir con la incertidumbre, que siempre ha estado ahí, pero que hemos querido olvidar. “Busca un trabajo seguro”, nos decían nuestras madres, ergo, huye de la incertidumbre, pero eso es imposible. Madres y abuelas nos quieren, pero se equivocan en el camino utópico.
La incertidumbre solo se puede reducir, no eliminar. Por ejemplo, si el Corte Ingles quiere asegurarse de cero contagios en su entorno, clientes, empleados y proveedores, lo tiene fácil: cerrar todos los centros (Pero se arruinan así, so listo) ¡Amigo!, ahí está el quid de la cuestión: necesitamos viabilidad, necesitamos sostenibilidad (¿Pero eso no era el medio ambiente?) , es decir, tenemos que luchar contra los problemas, contra el riesgo, contra el virus, pero asegurando la actividad, la generación de valor, el futuro en definitiva.
No soy yo quien se ha inventado esto, como muchos lectores sabrán, sino las normas internacionales de gestión del riesgo que nos comparte AENOR. Ahí se nos dice que riesgo es el efecto de la incertidumbre en nuestros objetivos. No dice que no haya peligro. Nos dice que la incertidumbre está ahí y que solo podemos reducirla y con eso tendremos que vivir, bueno de hecho vivíamos, aunque lo negáramos.
Por lo tanto, parece imprescindible que aprendamos:
A vivir en la incertidumbre
Y para aprender eso, debemos también de aprender a fluir, vivir el momento, aquí y ahora, debemos ser “flow”; nos enfrentamos a un ser vivo, aunque en ocasiones y en un exceso de purismo, se ha cuestionado si un virus es un ser vivo. El caso es que se comporta como tal y como tal ser vivo es enormemente anárquico, con pocas leyes absolutas (No dirá eso por los ingenieros ¿No?) y que es todo incertidumbre. Antes esa incertidumbre solo caminar y recordar (o conocer) a San Juan de la Cruz cuando nos dice en Las Moradas :
Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes.
Para venir a poseer lo que no posees, has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres.

Además, la realidad poliédrica de la biología puede ser complicada de entender para mentes cartesianas, poco acostumbradas a vivir y sobre vivir en la máxima entropía. Las incertidumbres no son solo virales, los riesgos generados son multifactoriales, sin duda los biológicos por delante, pero no son los únicos.
Hay riesgos asociados a la COVID que son químicos, por ejemplo, los derivados de uso y abuso de los geles hidroalcohólicos, que han disparado las consultas en el Instituto Nacional de Toxicología, que ha pasado de 89 consultas en 2019 a unas 900 en lo que llevamos del año 2020, el 70% relacionadas con niños que, sencillamente, se beben los geles cuando sus padres se despistan ¿Es o no es un riesgo? Por cierto ¿Sabe usted qué hacer, obviamente mientras espera la asistencia sanitaria si su niño se ha pegado un lingotazo de gel hidro alcohólico? Lo PRIMERO tenga a mano este teléfono 91 562 04 20, es el servicio 24 horas del INTCF, donde le darán indicaciones mientras llega la asistencia y si no acierta a marcar, puede darle agua con azúcar, le vendrá bien y no le hará daño.
Hablaremos más adelante de lo idóneo que es la ventilación natural, abrir ventanas y puertas, algo muy bien recibido por diferentes gremios del hampa. Otro tipo de riesgo ¿No?
Las cuarentenas para las personas que han tenido un contacto intenso con un positivo (entendiendo por ello un tiempo de más de 15`, a menos de 1,5 metros en espacio cerrado y sin protecciones) son algo muy correcto, pero ¿Quién abre mañana el taller? Luego también hay riesgos de continuidad de operaciones.
Pero bueno, hablemos de una vez del bicho.
Las medidas que sí funcionan
Afortunadamente hay cosas que funcionan y nos ayudan a reducir esa incertidumbre. Pero no hay “rayos láser mágicos” que acaben con los riesgos. Ya hablaremos de los “detente bala” un poco más adelante.
La mayoría de las medidas eficientes lo que hacen es reducir la carga viral, es decir, la cantidad de virus viables por unidad de volumen. Cuando la carga es baja, la probabilidad de infección es muy baja y la probabilidad de que el sistema inmune humano sea capaz de acabar con el invasor es muy alta (Ya, pero usted habla de probabilidad, eso quiere decir que no es imposible)
- La ventilación natural de los locales, la permanencia al aire libre, salvo aglomeraciones (Ya se le ve a usted por donde va), permiten que la carga viral se haga mínima; eso a pesar de la reciente polémica, agitada por legos, respecto a los aerosoles, en la que creo no se ha diferenciado “posible” de “probable”.
- El uso de cualquier mascarilla, porque minimiza la posibilidad de que infectemos a los demás; dejando aparte las llamadas “mascarillas egoístas”, esas que llevan un mal llamado filtro, que en realidad es una válvula anti-retorno que permite exhalar aire directamente que en el caso de un contagiado conlleva una alta carga viral.
- La distancia social, para que las gotas de saliva que todos exhalamos dispongan del espacio suficiente para caer por gravedad al suelo y no lleguen a las personas que nos rodean. Esta medida se combina con el uso de mascarillas, que multiplica los efectos beneficiosos. Se han puesto de moda los aerosoles, las micro partículas que pueden flotar llevando el virus con ellas, en mi humilde opinión parece que se confunde lo “posible” con lo “probable”, es decir, si es posible esa transmisión a distancia, pero poco probable, en el caso contrario el metro de Madrid sería un cementerio…
- La higiene de manos “razonable”, la de toda la vida, pero no más. Arrasarse el epitelio de las manos con alcohol o jabón lagarto, no nos hace mejores.
- La combinación de varias medidas aumenta la seguridad

Por lo tanto, parece imprescindible que aprendamos:
A usar la mascarilla siempre en espacios cerrados públicos y cuando nos apelotonamos en el exterior (con la salvedad de lo ordenado por la autoridad) y a sumar varias medidas
Las medidas que funcionan menos de lo que pensábamos
Hay que cosas que sin ser malas no son necesariamente buenas y, en muchas ocasiones, contribuyen a la histeria colectiva (de la que andamos sobrados):
La histeria de los zapatos. No puedo, salvo que tengan ustedes menos de tres años, porque no me harán ni caso, lamer las suelas de los zapatos al llegar a casa. No, no es recomendable ni bueno. Pero tampoco lo es dejar los zapatos en el descansillo, al albur los chorizos descerebrados ni es necesario desinfectarlos, siempre y cuando no vayamos a lamer las suelas (en los menores de 5 años cabe alguna posibilidad, es cierto). En este caso solo hay que tener la misma cabeza que en febrero del 2020. Los zapatos no son socios corruptos de coronavirus, pero no ha sido nunca recomendable chupar las suelas, de verdad.
Desinfectar las superficies está bien, pero sin rompernos la cabeza (Ja, ja, iba a decir cuernos, seguro) Puñetero troll. Afortunadamente el virus resiste poco fuera de una célula; los estudios que hablan de que se detecta días después en superficies no matizan que detectar trozos de RNA viral por PCR no implica que el virus sea viable, es decir, no implica capacidad infectiva. Es decir. Debemos mantener unas adecuadas prácticas higiénicas y de limpieza, ahora y antes, pero sin histerismo por favor.
He de reconocer que en este apartado habría que meter “hacer caso a las autoridades” porque funcionan peor de lo que pensábamos. Mascarillas si, mascarillas no, distancia de 2 metros, distancia de 1,5 metros, colegios cerrados, colegios abiertos, Metro lleno, teatros al 25%, Fase 2, Fase 3, Fase 1, zona naranja, zona roja, etc. En fin.
Las medidas que no funcionan
Cada uno de nosotros tenemos que buscarnos la vida y la mayoría de forma honrada. En ocasiones es entendible que nos hagamos los suecos cuando algo nos conviene y no genera mucho daño a otro.
En esa situación están los vendedores de equipos de luz ultravioleta y los de generadores de ozono. Ambos tienen demostrada in vitro la capacidad biocida, pero cuando pasamos a la realidad, la eficiencia baja. En el caso de la luz UV es necesaria tanta potencia eléctrica, una limpieza total y una distancia de acción mínima, que quedan en casi nada esos lindos fluorescentes teñidos de violeta. El ozono requiere una concentración tan elevada para ser eficaz que no solo es difícil de lograr, es que además es toxica para el hombre. Eso sí, tal y como se usan en este momento, ninguna de las dos va a causar daño al hombre… tampoco mucho al virus.
Claro, ambas tecnologías son atractivas para el hombre de la calle, suenan bien, suenan al “rayo laser mágico”, nos retrotraen a los detente balade loscarlistas usadas en tantas guerras civiles españolas en los siglos XIX y XX, eran tranquilizadores, pero no eran chalecos antibalas de kevlar la verdad.
Por lo tanto, parece imprescindible que aprendamos:
No hay magia, ni Harry Potter que valga contra el virus

Las personas y nuestra responsabilidad
El mundo latino es curioso por la gran cantidad de lazos que nos unen. Uno de ellos es que no tenemos la culpa de nada. Vamos desde el “¡Piove!, porco Governo; ¡no piove!, porco Governo” de los italianos, a la genialidad de Rodriguez Braun de “El mejor amigo del hombre no es el perro, sino el chivo expiatorio”
Tenemos la necesidad de echar la culpa a alguien, a cualquiera, menos a nosotros mismos. Si quiere usted enfadar a los trolls diga, vamos escriba, algo así como “Tenemos los políticos que nos merecemos” (Los merecerá usted, yo no) para que caigan con total virulencia, que bien traído, sobre usted.
Este diminuto ser nos está enseñando que lo que ocurre es resultado de nuestras acciones. No está enseñando que si quieres que las cosas cambien, cambia tu primero, tal y como explica el siempre genial super-scrum-master David Martí. La postura tan cómoda como irracional es esperar a que cambien los otros. No. Tú, yo, primero. (Ya, que cambien “ellos”, no te….)
Esto se parece un poco al tabaco. Usted puede fumar, pero no puede fumar en mi coche porque me afecta a mí. Usted puede fumar en espacios abiertos, siempre que la distancia social me permita no respirar su humo. Es fácil ¿No? No podemos jugar con la vida de los demás.
Por lo tanto, parece imprescindible que aprendamos:
La solución, o al menos el paliativo, está en las manos de cada uno de nosotros, no como masa, sino como individuos libres y con capacidad de pensamiento

La economía con un COVID continuado
Las empresas somos también individuos y nos aplica el apartado anterior, ni más ni menos (Eso, eso, que paguen, que paguen).
Visto todo lo anterior se nos hace evidente que ante un impacto que además de potente se alarga en el tiempo, la sociedad deberíamos cambiar.
Es un tópico, espero que no una leyenda urbana, el desglose del anagrama en chino de la palabra “crisis” formada por “peligro” y “oportunidad” (Majaderías de consultor)
Desde luego la crisis y el peligro los vemos ¿Seremos capaces de ver las oportunidades? A mí se me ocurren unas pocas.
- La digitalización ya, pero ya mismo. Deberíamos avanzar a la transformación digital de organizaciones y personas. No se trata solo de tener una VPN. Ayudaría que todo el territorio dispusiera de conexión rápida, sino de pensar en digital, hay que ir más allá, es necesario diseñar una sociedad digitalizada.
- La España vaciada se puede rellenar si mediante la digitalización, cambiamos la cadena de valor de la economía española y la forma de ver las cosas ¿No se puede ser funcionario de Hacienda viviendo en Turégano? En la mayoría de los casos por supuesto que sí (Y el guarda de seguridad, ¿Qué? ¡eh!)
- El teletrabajo en apoyo de la España vaciada y de la conciliación, llevado de forma racional, de forma natural
- Mejorar el mix del producto turístico español, por desgracia va a haber una concentración del sector ¿Menos, pero mejores?
- La atracción de valor humano y económico. Me temo que muchos suecos preferirían teletrabajar viendo la playa de Peñíscola antes que viendo la nieve de color Stieg Larsson durante 9 meses al año.
- ¿Nos va a seguir dando vergüenza afirmar y defender nuestros valores? ¿Superaremos ahora la crisis adolescente nacional de que hay que ser malotes? No por nosotros, sino por las generaciones que ya asoman la nariz a la vida y que, en muchos casos, nos muestran individuos más cercanos a la delincuencia que a la adolescencia. Ser buenas personas puede ser una parte sustancial del cambio del país.
- La necesidad, personal, social y empresarial de resiliencia, es decir, de la capacidad de recuperarnos, pero nosotros mismos, dejemos al chivo expiatorio en su prado. Debemos reeducarnos en recuperar este valor, actitud, o lo que sea, para que “nos saquemos” de este agujero. Ya saben que cuando estamos en problemas, siempre hay una mano que nos ayudará. Está al final de su brazo.
Por lo tanto, parece imprescindible que aprendamos:
Necesitamos cambiar, pero para ir en una mejor dirección, con un objetivo claro y un liderazgo fuerte

Lamentablemente pocos de nuestros representantes cambiaran su estrategia ultra cortoplacista para tomar esa bandera del liderazgo (Ven, como también es un pesimista como yo), un liderazgo que debe de tener una visión potente y una flexibilidad tan dúctil como la realidad. El cambio es una constante, no hay nada inmóvil y sin embargo, como nos dice Bergson, nuestros hábitos mentales se oponen a verlo de este modo. Pero es así.
Acerca del autor.
Serafín Carballo es Doctor en Microbiología, MBA y Agile Scrum Master.
Tiene una amplia experiencia en gestión de riesgos, tanto en ámbitos biológicos como en otros campos. Es profesor asociado de Biotecnología en la Universidad Complutense desde hace 20 años y profesor titular de los Talleres de Protocolos Anti COVID de AENOR. Es el director de la división de consultoría de Prysma desde su fundación. Escribe cosas a veces.