Empiezo a escribir en medio de la quinta ola y no se en que ola estaremos cuando esto se publique y de ola en ola y tira el gobierno porque le toca.
Lo primero a comentar es que no aprendemos casi nada. Después de año y medio de pelea contra la enfermedad parece que estamos en el día D todavía. Es cierto que hemos mejorado en el tema más clave: los fallecimientos y en eso ha tenido mucho que ver las vacunas.
Lo segundo es que, Deo gratias, la situación, en los países desarrollados, no es tan grave como hace año y medio. La variante delta no es mas contagiosa en sí, es que se reproduce mucho más, con lo que la carga viral de enfermo a sano, es mucho mayor, pero no tiene mecanismos de contagio más hábiles que sus primos. Las vacunas resisten con bastante eficacia a las mutaciones del virus, al parecer bastante mejor que la tradicional vacuna de la gripe.
Otro tema son los países pobres (me ahorro el eufemismo “en desarrollo”) en donde la falta no ya solo de vacunas sino de agua, higiene y oxigeno medicinal los convierte en infiernos. El mundo desarrollado, el mundo rico, no tendrá mas remedio que pensar en vacunar pobres, no veo otra vía. La eliminación de las patentes no es la solución porque estos países, aun tendiendo la “formula” no tienen en muchos casos las capacidades técnicas de producción segura, porque el negocio se derivaría (de nuevo) a los países que puedan pagar más y porque una futura pandemia la industria se cruzará de brazos ante de que millones de euros se le vuelvan a expropiar.
¿Qué ha pasado con los protocolos que desarrollamos en la segunda mitad del año 20?
Siguen en vigor, casi todas las empresas están renovando sus protocolos certificados en este 21. Y es que, siguen siendo necesarios.
Se han modificado y adaptado a la realidad y sobre todo a la experiencia: por ejemplo, el lavado e higienización de manos es menos histérico que al principio. La desinfección de superficies ha perdido importancia porque, como algunos preveíamos, la infección por esa vía es improbable. Por supuesto han desaparecido las medidas extremas, supersticiosas diría yo, relacionadas con cosas como dejar los zapatos en el descansillo antes de entrar en casa o circular por la calle dentro de una bolsa de plástico gigante.
Téngase en cuenta que lo anterior no elimina algunas medidas, no ya por la COVID sino por higiene básica: hay que lavarse las manos al entrar en casa, hay que disponer de superficies de trabajo, o uso, limpias y no hay que chupar las suelas de los zapatos (ni sentarse en el suelo en el Metro) Esto de lógica de salud.
Creo que hay sobradas evidencias científicas de que el contagio se produce persona a persona, por vía aérea, cuando la distancia es baja, el tiempo de relación alto y la carga viral elevada. Personalmente no estoy nada convencido de los riesgos de los micro aerosoles (gotas de saliva por debajo del tamaño habitual de las 5 micras) porque si eso fuera así, las mascarillas quirúrgicas habrían sido completamente inútiles y el metro de Madrid hubiera sido una escabechina coranavírica.
Pierden puestos, como hemos dicho, las superficies, la ropa y, desde luego los alimentos.
Si tenemos centrada la vía de contagio, el protocolo es fácil de adaptar:
- Mantengamos la distancia social y reduzcamos, en su caso, el tiempo de contacto o cercanía
- Mantengamos las mascarillas en los interiores, asumiendo el problema de cómo hacerlo en la hostelería
- Prescindamos de la mascarilla (que es, al fin y al cabo, un adminículo torturante) en espacios al aire libre, siempre que no se produzcan aglomeraciones: manifestaciones, procesiones, conciertos o en la calle Preciados en Navidad.
- Mantengamos las mamparas de metacrilato para la atención al público
- Potenciemos la ventilación natural de los locales… cuando el clima lo permita; es bueno usar medidores de CO2 como seguimiento indirecto de la calidad del aire
- Mantengamos una higiene personal adecuada, lógica y razonable
- Podemos mantener los controles de temperatura corporal, los veo poco efectivos, pero daño no hacen
Y por supuesto apliquemos la regla básica que (algunos) hemos aprendido estos meses: convine diferentes medidas y no confíe solo en una, cuantas más sume mejor.
¿Y las vacunas?
La evidencia es que están funcionando, no hay nada más que ver la tasa de mortalidad en las residencias de mayores (las personas vivas más perjudicadas, junto con los desempleados y , en esta pandemia; entiendo que el perjuicio absoluto es el de los fallecidos)
Todos hemos oído que hay personas que han sufrido problemas de salud graves, incluso la muerte, relacionados con alguna vacuna. Vivir es peligroso, nada de lo que hacemos está exento de riesgo, pero como hemos repetido innumerables veces, el riesgo hay que gestionarlo. Entiendo a quien diga ¿Y si me toca a mí? Pero espero que ese entienda que no se puede parar un proceso así por desgraciadas incidencias puntuales, que se dan, además, en todos los ámbitos de la vida, desde los problemas de una aspirina a los accidentes de aviación.
También hemos leído como personas vacunadas contraían la enfermedad: De nuevo no hay nada absoluto y los propios laboratorios reconocen que sus vacunas no son efectivas al 100%. A este respecto y sin tener evidencias de ello, pero si como habituado a analizar riesgos y sus causas, creo que se ha infravalorado el riesgo de una deficiente conservación de estas vacunas, que requieren condiciones extremas, siendo relativamente fácil una ruptura de la cadena de frío en cualquier punto.
Respecto a la tercera dosis creo que hay que esperar informes técnicos claros y sin ideologizar, a priori suena bien, pero yo no lo sé, su aplicación en grupos especialmente vulnerables, pero no para toda la población. Respecto a la posible vacunación de las mascotas de los ricos, me ahorro los comentarios sobre tal inmoral propuesta.
¿Y los antivacunas?
Proceloso tema. Entiendo, porque lo comparto por mera lógica, el respeto (por no decir miedo) a unas vacunas nuevas, con mecanismos nada fáciles de entender y que manejan, de una forma u otra, ácidos nucleicos. Lo que pasa es que este tipo de vacunas lleva años en investigación, la novedad ha sido aplicarla al coronavirus, de otra manera hubiera sido imposible disponer de vacunas en apenas un año.
Desde luego evito hablar de los conspiranoicos, porque esos ya lo dicen todo, pero me ocuparé de los que rechazan las vacunas por motivos grises y poco (nada) fundados.
Partimos de que las vacunas (ninguna) son obligatorias por ley, cosa que no entiendo (y que reconozco desconocía) y que está permitiendo la vuelta del sarampión, por ejemplo; y no lo ha hecho la polio porque gracias a las vacunas es una enfermedad erradicada.
La falta de apoyo legal nos lleva a que para entrar en una discoteca me pidan el certificado de vacunación, pero si pido ese mismo documento a un empleado (o futuro empleado) me puede caer encima todo el peso de la protección de datos. Absurdo.
¿Debería ser obligatoria la vacunación?
Pues dado que las otras no lo son no parece haber base para una obligatoriedad universal, pero (el famoso pero) si asumimos con naturalidad que un piloto o un conductor de tren, pasen controles de drogas, que un técnico de guardería presente un certificado negativo de delincuente sexual o que los controles médicos sean totalmente obligatorios en una central nuclear ¿No tendría sentido obligar a funcionarios en general, a jubilados que cobren del estado y otros colectivos a vacunarse? ¿No tendría sentido permitir que entidades privadas, en su ámbito de actuación, no lo exigieran a trabajadores y clientes? Yo creo que sí y que desde luego se debería revisar esta legislación a la luz de los hechos.
Serafín Carballo es director de consultoría de Prysma y profesor asociado de Biotecnología en la Universidad Complutense de Madrid, es experto en bioriesgos.